Creado por: Rodrigo Barrera Pincheira
“La tolerancia es una
virtud difícil; nuestro primer impulso, y aun el segundo, es odiar a todos los que
no piensan como nosotros”
Jules
Lemaitre
La palabra Tolerancia, según la Real Academia Española (RAE), etimológicamente tiene su origen en el latín “tolerantia” que se refiere a la “acción y efecto de tolerar o respetar las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias”.Es por lo anterior, que el interés en profundizar en este tema radica en la importancia que tiene a nivel mundial el hablar y aplicar la tolerancia, no en vano cada 16 de noviembre se celebra el día mundial de la tolerancia, en razón a la declaración de principios sobre la tolerancia que asumieron los países miembros de la UNESCO en el año 1995, en donde se afirma que la tolerancia “reconoce los derechos humanos universales y la diversidad de los pueblos”.
El ser humano no nace tolerante,
generalmente desde pequeños estamos acostumbrados a que todo gire a nuestro
alrededor y que todos estén de acuerdo con nuestro accionar. Por lo cual aquel
que pensaba o hacia algo contrario a nuestro parecer, recibía aquellas
desagradables “pataletas” por su accionar inadecuado y a la vez por nuestra
poca tolerancia a la frustración.Ahora bien, esta visión egocéntrica y poco
tolerante del mundo puede ser aceptada en las primeras etapas del desarrollo
humano, pero con el correr de los años y a medida que uno va creciendo, esta
conducta en la mayoría de los casos se va adecuado.
Lo anterior se va dando principalmente
por dos procesos: el primero por el
desarrollo a nivel físico, cognitivo y psicosocial que el ser humano va
desarrollando a medida que va madurando. Y el segundo que es influenciado por el primero, cuando hablamos del aprendizaje
directo e indirecto al que se va sometiendo el individuo en su contexto social inmediato (familia,
escuela, amigos, trabajo, etc.), ya que las diversas situaciones y experiencias
a las que se va exponiendo el individuo, y el cómo las resuelva permitirán
ampliar su visión y manera de entender el mundo en su diversidad.
Es por esto, que el cómo se desarrollen
estos procesos en el individuo, va a facilitar u obstaculizar el aprendizaje de
los valores aprendidos dentro o fuera de la familia, y en este caso también de la
aplicabilidad o puesta en práctica de la tolerancia en su accionar diario.
Complementando lo anterior, la
influencia de la sociedad radica también en que los valores y las normas
colectivas que son asimiladas, son impuestas por el grupo que ostenta el poder
político y el control social, y con ello se establece, entre otras cosas, el
grado de respeto o, por el contrario, la persecución de la que se va a hacer a
las personas que expresen actitudes y conceptos diferentes o problemáticos. Esta
situación lamentablemente la vemos reflejada diariamente en distintas sociedades
en el mundo que son radicalizadas por divisiones políticas, económicas, de raza
y religiosas.
Es por esto, que el valor de la
tolerancia radica principalmente en lo que mencionamos como su definición en un
comienzo “el respeto”, por lo cual
es un valor humano fundamental para la convivencia armónica entre las personas
y por ende de la sociedad en su conjunto, ya que su aprendizaje permite la
aceptación del otro en su individualidad y diferencia, así como también de
aquellas situaciones o cosas que se escapan de las creencias individuales que
cada uno de nosotros tenemos.
La Tolerancia debe ser parte de nuestros
valores, en conjunto con la Caridad y la Fraternidad. Si realmente logramos
entenderla, asimilarla y practicarla en nuestra convivencia la Tolerancia se
convertirá en una virtud que forma parte de las bases de la sabiduría,
democracia, libertad, pero principalmente de la fraternidad. No podemos ser
tolerantes sino somos fraternales; y la fraternidad no existe en aquel lugar
donde no se tolera de una manera adecuada la opinión y el derecho de las
personas.
Finalmente, viendo nuestro entorno como un
piso de mosaicos blancos y negros de simétrica armonía, seguro podemos movernos
en él, porque el ser humano es como ese piso, con diversos estados y emociones,
de alegría y de dolor, de virtud y mal, de esperanza y resignación.