domingo, 17 de septiembre de 2017

Don Quijote y su idealismo en el mundo actual

Alejandro Presmita L.
Jorge Díaz C.
Sergio Sepúlveda C.
Victoriano Stuardo C. 
Enrique Palomera C.


 “Hoy es el día más hermoso de nuestra vida, querido Sancho; los obstáculos más grandes, nuestras propias indecisiones (…), las sensaciones más gratas, la buena conciencia, el esfuerzo para ser mejores sin ser perfectos, y sobre todo, la disposición para hacer el bien y combatir la injusticia donde quiera que estén”. -
Miguel de Cervantes, “Don Quijote de la Mancha”.



INTRODUCCIÓN

“Don Quijote de la Mancha”, la inmortal novela de Cervantes es una imagen, la concepción de un idealismo utópico, concebida físicamente en la de un hidalgo señor cincuentón que, embutido en una armadura anacrónica y tan esquelético como su caballo, acompañado de un campesino basto y gordinflón haciendo las veces de escudero montado en un asno, recorre las llanuras de La Mancha, heladas en invierno y candentes en verano, en busca de aventuras.

Su sueño es el de resucitar una historia, que nunca existió. Aquella de siglos anteriores de los caballeros andantes, que recorrían el mundo socorriendo a los débiles, desenredando entuertos, ejerciendo justicia para esos seres comunes que de otra manera jamás la alcanzarían. Todo este accionar, motivado por las novelas de caballerías, a las que les confiere total veracidad.

Este ideal es indudable que no es posible de alcanzar, porque todo en la realidad que vive Don Quijote así lo demuestra. Ya no hay caballeros andantes, ya nadie practica ni respeta las ideas que movían a aquellos, como tampoco aquellos duelos, sujetos a un estricto protocolo, que se realizaban entre un par de caballeros para la medición de sus fuerzas.
Él mismo manifiesta en su “Discurso sobre las Armas y las Letras”, que la guerra no la deciden las espadas y las lanzas, es decir el coraje y la pericia del individuo, sino el tronar de los cañones y la pólvora, una artillería que aniquiló aquellos códigos de honor individual y las proezas que generaron míticos héroes.     

Así, el sueño que convierte a Alonso Quijano en Don Quijote de la Mancha, no consiste en revivir el pasado sino en algo mucho más ambicioso: realizar el mito, transformar la ficción en historia viva. Y es esta la dirección de nuestro trabajo.

DESARROLLO

La Lucha Quijotesca:
Desde que emergió la filosofía como actividad en el mundo de lo humano, uno de los deberes más importante que nos impone a cada uno es el de conocernos a nosotros mismos, con un objetivo claro y muy sincero, buscar esa verdad interna sin ánimo de poseerla por completo, pero con indicios y herramientas que hagan que estos sueños e ideales pasen a ser parte nuestra. Por otro lado, podemos decir que cada persona es un soñador, incluso que todo lo que realizamos sin entender la fuerza que lo impulsa, puede ser llamado locura desde el punto de vista profano. Pero esta locura es tergiversada pues la base que la sustenta, no tiene relación con el estado comúnmente reconocido. Nadie comete una locura consciente y esta conciencia es motivo del porqué es distinta, del porqué tiene una base, que la sustenta. Esta motivación es la perseverancia que vemos en nuestros propios ideales, la cual debe traducirse en una mejora continua interna. Dentro de esta lucha interna por ser mejores, vamos a sufrir innumerables derrotas, pero no es un término de tal situación, sino un paso más para alcanzar nuestros objetivos, por lo cual en este caso podemos, como lo hizo Don Quijote, relacionar los gigantes con sus desafíos y su ímpetu con el esfuerzo y decisión de seguir sus propios ideales.


Las visiones de Don Quijote están ligadas directamente con su lucha por sus ideales, tal cual aquellas ilusiones con los gigantes, que para los demás eran simples molinos de viento. Su energía proviene del espacio, la naturaleza y las condiciones manejables por el entorno. Don Quijote ve gigantes y estos pueden representar los grandes desafíos y/u obstáculos que enfrentar para seguir su camino sin descanso en favor de sus ideales, aunque nacen más preguntas que respuestas con respecto a ello. 

¿A qué tipos de desafíos refiere?, ¿internos o ideales como principios?; ¿o eran en apariencia solo molinos que no tiene sentido cuestionarse? Por otro lado, al luchar contra estos gigantes, El Quijote desencadena en una pelea con objetivos personales, una guerra interna, difusa e inentendible para los demás. Entonces, ¿el Quijote vive en un mundo de apariencias, o esta falta de entendimiento nace de la inconciencia y al prejuicio social? 
La lucha contra los gigantes representa valentía y compromiso, lucha por sus principios, como también los objetivos personales o globales que pueden reflejarse en los deseos de cada persona y/o como grupo. En el libro, la lucha contra esos gigantes no es otra cosa que atacar molinos de vientos, lo mismo estando frente a un bosque donde cree que hay otros gigantes que hacen ruido, anteponiéndose a estos objetivos y lo gigante puede deberse con su locura o hasta quizás con su ego.

Es en este punto necesario sostener que la locura y la cordura, como muchas conductas socialmente normadas y etiquetadas, dependen de prismas que cultural o institucionalmente logran o pretenden imponerse. La reflexión entonces conduce, entre otros derroteros, a preguntarse si el principio de que es posible producir un cambio personal y por consecuencia lenta, pero eficaz y profunda, transformar la sociedad toda, es en lo presente una falta de cordura o una expresión de lucidez esclarecida. 

En efecto, se escucha frecuentemente que aquellos que procuran un cambio social desde las acciones e interacciones en los nodos y redes que les son más cercanos (personal, familiar, laboral y grupal), obedecen a métodos estériles, anquilosados y propios de sujetos comodones. Respecto ello, tal como indica el teórico social francés Michael Foucault, “Hay que ser un héroe para enfrentarse a la moralidad de la época”. Como Don Quijote y Sancho, como debe aspirar a ser aquel que cumpla los dictados de su conciencia ilustrada, aquella que le permite distinguir entre gigantes y molinos de viento donde quiera que ellos batan sus brazos o aspas, según corresponda, sosteniendo ideales en tiempos en que un pragmatismo carente de la esencia de una enseñanza seria y de la relevancia de acto fecundo, tilda fácilmente de locos a aquellos que por el estudio, la justicia y el trabajo y sin intervenciones extrañas, pretenden por su propio esfuerzo purificar al ser humano, conducta que por lo demás, si aquellos tuvieran razón y fuera efectivamente una locura, sería de aquellas que Silvio Rodríguez aconseja llanamente no curar.


En efecto, vivimos tiempos en los que el hombre común ha ido ajustando o acomodando su búsqueda de la felicidad a partir de la negación de la realidad que lo rodea, sobreponiendo a ella una versión o interpretación de ésta más digerible, menos agobiante, más cómoda. Ha optado por obviar o a su entender simplificar la realidad que le rodea, minimizando los grandes problemas que aquejan a la sociedad de la que es parte. Y frente a los problemas más evidentes y por tanto menos soslayables, se posiciona en la periferia de estos para evitar el enfrentamiento, visualizándolos como problemas cuya solución escapa a su alcance y a su ámbito de acción, argumentando la mayor parte de las veces que se trata de una realidad inmanente e inmutable, y por tanto fuera de su dominio.  Así, la vida de este hombre común se va desarrollando cubierta por un halo de aparente normalidad. Pero es una tranquilidad que ignora una realidad cargada de postergación, de falta de equidad, de egoísmo e individualismo, de desamor.

Pero afortunadamente también existen hombres que, lejos de tener una mirada complaciente o indiferente frente a sus propios problemas y a los de la sociedad en la que viven, a partir de una conciencia esclarecida deciden miran de frente estos flagelos personales y sociales y, con decida aunque por supuesto impopular y extraña actitud, se disponen a nadar contra la corriente e ir a enfrentar cual quijotes a aquellos gigantes formidables, por más que el común de la gente los vea o  como simples e inocuos molinos de viento.

Son esos hombres los quijotes, esos a los que la posibilidad de ser catalogados de inútiles idealistas nos los amilana. Los que, con una conciencia esclarecida que para otros puede ser más bien signo de peligrosa locura, se echan a la aventura de recorrer los caminos de la vida, lanza en ristre para combatir el mal y el error como única posibilidad de forma de vida. Sí. La única posibilidad, porque los quijotes tienen esa tremenda y supuesta desventaja: La venda ya cayó de sus ojos, y ven. Y no saben mentirse ni mentirle a los demás, por lo cual no pueden engañarse ni engañar respecto de lo que ven. Y cuando ven gigantes no pueden simular que son molinos de viento, como tampoco pueden evitar enfrentarlos una vez que los han visto. Así se arrojan a la aventura del caballero errante en defensa del honor y de la virtud, sin garantías de triunfo, pero entienden también que no vale la pena vivir para ganar, sino que vale la pena vivir para ser quién se es y ser fiel a eso, y que sí vale la pena dedicar, si es preciso, la vida entera a la conquista de aquellas cosas sin las cuales no vale la pena vivir. Y dar todas las batallas que sea necesario en procura de la consecución de los ideales que se abraza porque no hay alternativa para los quijotes.  El de caballero errante es más que un oficio, una forma de vida, una manera de asumir la realidad. Podrán luego de cada lance encontrarse exhaustos y muchas veces desalentados y derrotados. Pero el cansancio es pasajero y la derrota un estímulo que motiva y alienta la vocación de la lucha, por lo que pronto comienzan a sentir nuevamente bajo sus talones el enjuto costillar de Rocinante, y vuelven al camino, con su adarga al brazo.


"En esto, descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo; y, así como don Quijote los vio, dijo a su escudero:


–La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear, porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta, o pocos más, desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer; que ésta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra.

–¿Qué gigantes? –dijo Sancho Panza.

–Aquellos que allí ves –respondió su amo– de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas.
–Mire vuestra merced –respondió Sancho– que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino.

–Bien parece –respondió don Quijote– que no estás cursado en esto de las aventuras: ellos son gigantes; y si tienes miedo, quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla.

Y, diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que su escudero Sancho le daba, advirtiéndole que, sin duda alguna, eran molinos de viento, y no gigantes, aquellos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero Sancho ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran; antes, iba diciendo en voces altas:

–Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete."

(Extracto de “El Quijote de La Mancha”).

Revisando tan pequeño texto extraído de la novela, nos damos cuenta que la metáfora que se esconde detrás de ella es que El Quijote está luchando no solo con sus enemigos terrenales, sino que también con sus enemigos mentales, sus enemigos internos, que también debe derrotar para continuar con su camino; ¿Y de qué forma los vio?... como unos verdaderos gigantes, que no eran seres humanos imaginarios o imaginaciones de no más allá de su tamaño, sino que gigantes sacados de su propia mente, a los cuales debía vencer. 

En nuestro camino personal, debemos proseguir nuestra senda luchando también con cosas que se escapan de nosotros mismos y decimos nosotros mismos porque cada uno tiene pensamientos que colectivamente forman los gigantes de la sociedad en la cual estamos inmersos. Nuestra labor es ser líderes intachables en nuestras sociedades, por muy pequeñas o grandes que sean. Nuestra misión es esparcir el bien y luchar contra el mal y el error, que encaja los términos de intolerancia, despreocupación, impaciencia, el no escuchar, tendencias mesiánicas, la no perseverancia, entre otras más.

Sin sueños no hay luchas, por ende, sin desafíos no hay triunfo. Pero estas luchas, que en teoría terminan siendo parte del sueño, ¿es necesario pelearlas?

Sancho, su escudero, trata de explicarle a El Quijote en el momento que ve los molinos, que estos no son gigantes, sino simples molinos, a lo cual el hidalgo caballero no hace caso, insistiendo en su cometido y terminando herido y en ridículo. Ahí está la lucha, la defensa del ideal, el intento de lograr hacer los sueños realidad que termina llamándose QUIJOTADA.

Cuando reflexionamos introspectivamente nos escuchamos a nosotros mismos, nos pensamos, nos conocemos, nos toleramos, nos sentimos, comenzamos a vernos como seres imperfectos en busca de la perfección, tratamos de hacer nuestras vidas mejores en base al conocimiento, la fraternidad y por encima de todo, por la generación de una mayor conciencia. Eso nos permite tener a nuestros gigantes al frente y luchar contra ellos, aunque otros los vean como simples molinos de viento.

Don Quijote y la Locura:
El concepto de locura aplicado a la porfía de insistir en la consecución de los ideales, es un punto fuerte de constancia y perseverancia ante situaciones que están interactuando para alejarnos del camino de los ideales que están trazados en la mente de cada uno de nosotros. En la novela se aprecia el tono de locura de forma exacerbada y con un carácter de paranoia por continuar en los ideales trazados por el mismo protagonista, ello obviamente basado en la época en la cual se centra la obra, la cual fue lanzada a la luz en el año 1605. 

Pero, ¿de qué se trata en sí esta supuesta locura del Quijote?; ¿tendrá la locura un sentido o un prejuicio de la propia sociedad o de Sancho solamente?  Esta locura quijotesca puede entenderse como parte de un crecimiento personal, dado que El Quijote en su entendimiento del honor, termina siendo gatillado por las lecturas de libros de caballeros, por tanto, el equilibrio de sus ideales con respecto a su incorporación de estos provienen del conocimiento y la meditación, dado que como sabemos, se entrega a leer libros de caballería con inmensa afección y gusto, llegando a ser tanta su curiosidad y aparente desatino en esto, que incluso vende muchas tierras para comprar literatura caballeresca, dando pie con ello a que se piense que este entusiasmo es el que lo lleva a la locura, obviando que esta supuesta enajenación es la que concretamente le presta coraje en su personaje, en la vida en general.


Narra la novela que el protagonista enloquece después de leer demasiadas novelas de caballería. Adopta un nuevo nombre, decide enamorarse de Dulcinea de Toboso, a la que nunca ha visto y sale de casa junto con su escudero Sancho Panza, en busca de aventuras para mejorar el mundo. Se considera un caballero andante, siguiendo el modelo del Rey Arturo de Inglaterra, de Amadís de Gaula y de muchos otros. La caballería es una religión para Don Quijote. Traba batallas que no son necesarias, al menos a los ojos de los demás, saliendo molido de ellas, ve la realidad de forma diferente, como si estuviera bajo un encantamiento. Don Quijote, aunque en supuesto enloquecido, es un hombre de bien, al cual no le gusta el mundo así como es y por ello lo quiere mejorar, sin por ello importar que sus batallas resulten siempre mal. Sancho Panza lo describe como un pobre caballero encantado, que no ha hecho mal a nadie en todos los días de su vida.

Bajo este concepto, vemos que poseemos un dejo de locura quijotesca, pues el caballero andante enarbolaba como finalidad principal, el mantener la espiritualidad en toda su fuerza y pureza, por sobre las pasiones del mundo y las miserias de este mismo.  Se toma como punto de apoyo el juramento de servir con lealtad y desinterés a la humanidad.

Nuestra locura se basa en la majadera y constante insistencia en el permanente perfeccionamiento de nosotros mismos para con nuestros semejantes y para con mundo que nos rodea, la verdad ante todo, la honestidad, las entereza, la constancia con nuestros actos en base a valores y principios muy marcados, entre otros. Además de nuestra persecución de la utopía de buscar la perfección a pesar de nuestras falencias, las que procuramos mejorar y tratar en lo posible de despojarnos de ellas para llegar a ser hombres perfectos. Para ello es para lo que trabajamos, a pesar de sabemos que nunca llegaremos a serlo, aunque ello no impide creer que se puede. Ese es nuestro camino y nuestra locura como hombres de libre pensar, que estiman que pueden llegar a ser hombres perfectos por mas utópico que ello suene.

El escritor uruguayo Eduardo Galeano plantea que una utopía, pese a alejarse constantemente por encontrarse en el horizonte, sirve al que busca alcanzarla para movilizar su pensamiento y acción. Los sueños, como vemos, no pueden ser un mero ejercicio teorético. Es necesario actuar para vivirlos. Toda aventura quijotesca, Quijote y Sancho incluidos, como también todos aquellos que tengan un espíritu afín, tiene su utopía particular, rescatando el concepto de utopía en el sentido que le entrega el científico nacional Humberto Maturana, es decir, aquello lejano al campo de la ciencia ficción, por tanto, fácticamente posible lograr, aunque quizás más por trascendencia que por presencia. Utopía, en esta dirección, se relaciona con el anhelo de recuperar algo que fue o de conseguir algo que no ha sido. La locura quizás, en este sentido, está en aferrarse ciegamente a una idea de sociedad solo verosímil, aunque abstracta y no realizable y el idealismo implica así mismo, luchar cada día por una sociedad posible, susceptible de realidad, verídicamente libre, igualitaria y fraterna.  Así comprendido, Don Quijote parece hoy no precisamente un enajenado mental.

Dulcinea, en este mismo sentido, representa la utópica perfección individual y social, en tanto un estado ideal pero factible de concretar, respecto del cual es posible soñar, trazar objetivos de vida y luchar por alcanzar. Es una ideación con referencia a algo concreto, es una aspiración de logro de un mejor orden de cosas, pero con un sustrato que viene de la antigua tradición humanista o individual, que lo hace ser totalmente apegado a los hechos, o sea, en nada locura, pero en todo sueño. Es la noción de que a partir de una constatación del ser y la correlativa aspiración de un deber ser, todo lo actualmente real es posible de perfeccionar, recuperando lo extraviado, preservando lo legado y construyendo lo anhelado, al igual que Don Quijote, recogiendo la historia y desde el camino biográfico escribiendo las líneas de un relato propio que sucesivamente se hará parte de un legado tradicional.

En este sentido, Dulcinea es la motivación que pone en movimiento la inteligencia y la voluntad, pues el hombre de bien, como El Quijote y su fiel compañero Sancho, transita o viaja en pos de alcanzar ese estado de perfección que de modo muy sugerente se encuentra en uno, pero a la vez en la mirada de uno al otro, en el amor fraternal, en otras palabras. El hombre de bien sabe que ese final perfecto es quizás imposible a su condición humana, quimérico en este sentido pero que, con cada paso dado, este efecto necesariamente asociado a su consecuencia, se encuentra más cercano, de modo que aunque el estadio final se traslade conforme las evoluciones y revoluciones de la humanidad lo dispongan, nunca la distancia entre caminante y destino se debe al renunciar al viaje, sino que al hecho que cada día la meta perfecta incorpora nuevos parajes al camino. El Quijote, en esta dirección, reconoce que no es lo más importarte ver a Dulcinea, sino que creer en ella, sostenerla con convicción y defenderla de los incrédulos. Como se escucha algunas ocasiones: loco o cuerdo, qué importa. Lo importante es la valentía y el compromiso con los valores a los que se adhiere con convicción. Y esa adhesión tiene que ver necesariamente con el amor. Y en todo este cuento, quizás la gran locura para el paradigma contemporáneo sea precisamente amar al otro.

Mientras tanto aquellos que se autodefinen cuerdos y observan con lástima se preguntan: ¿hasta dónde puede llegar la insensatez de malgastar el tiempo en quimeras?; ¿cuál puede ser el afán de intentar cambiar la realidad?; ¿hasta dónde puede llegar la locura de buscar lo inalcanzable? 

Dicen también los pensados sensatos, los cuerdos, los que tiene los pies bien puestos en la tierra, que tan sólo basta un sencillo ejercicio de constatación para aceptar de que la humanidad nunca ha alcanzado los logros y metas que los idealistas han visualizado y han propuesto. Y en eso no se equivocan. La humanidad nunca llegó hasta donde los idealistas proponen que se puede llegar. Pero no es menos cierto que la humanidad jamás habría avanzado hasta donde lo ha hecho en reivindicaciones sociales, en el respeto a la dignidad humana y la ética, sin que ellos no nos hubieran arrastrado con su rebelde porfía. 

¿Dónde radica entonces la locura, la actitud delirante?; ¿está en el que alza la voz en medio del bullicio estéril, para reivindicar la posibilidad de construir una sociedad distinta, donde rijan los valores universales del humanismo?; ¿o está en aquellos que han hecho de lo insano, de lo injusto, de lo anti fraternal, una situación de normalidad?
¿Será un síntoma o expresión de locura la posibilidad de imaginar y procurar un mundo distinto, donde la justicia, la libertad, el amor sean tesoros valorados por todos y para todos, sin exclusión?; ¿Será locura entender  como realidad no solo aquella que padecemos sino también aquella que necesitamos y que logramos imaginar y soñar por el sólo hecho de haber sido llevada al plano de la conciencia?; ¿No será que estamos hechos no solo de lo que vivimos sino también de aquello que soñamos vivir, o sea de nuestra realidad constatable y de aquella potencial que espera pacientemente que seamos capaces de parirla?.

La realidad entonces tiene los mismos límites que tiene nuestra vista que se pierde en el horizonte, que representa aquel potencial e idílico destino de nuestra marcha, el lugar donde residen nuestras utopías, nuestros ideales, hacia los cuales hemos tomado la decisión de caminar entendiendo que el sentido de hacerlo no se encuentra en la meta, sino en el camino mismo. El camino es el medio y es el fin en sí mismo. 

La visión moderna del Quijote está en el espíritu rebelde, justiciero, que lleva al personaje a asumir como su responsabilidad personal cambiar el mundo para mejor, aun cuando tratando de ponerla en práctica, se equivoque, se estrelle con obstáculos insalvables y sea golpeado, vejado y convertido en objeto irrisorio.


¿Qué hace que, a través de cuatro siglos, la historia de esta pareja inmortal siga cabalgando sin tregua ni desanimo sobre todos los continentes de la tierra?

Se concibe su idealismo tan contrario a aquello que ocurre en la realidad y de lo cual la cultura de los pueblos entiende como válido por su aceptación general, pero es la generalidad de la aceptación lo que realmente se valida como una verdad establecida. Es ahí donde se generan a través del tiempo los verdaderos Quijotes que, con sus ideas a contramarea de la generalidad, incentivan cambios en las sociedades. Cuán importante es que constantemente surjan estas conciencias críticas, tan necesarias en toda sociedad para generar las transformaciones necesarias que permitan una sociedad mejor, concebida en la igualdad, la fraternidad y libertad de todos sus miembros.

Es aquí donde está el profundo sentido de aquilatar realmente esos grandiosos retos que aceptamos ingenuamente, sin cuestionarnos ni dimensionar en su real alcance en cuanto a que debemos sobreponer la razón por sobre las pasiones y los intereses grupales, para inspirarnos sólo en grandes ideales. Realmente, UNA QUIJOTADA.

Son gigantes la mentira, la infamia, la injusticia, la inequidad, las grandes diferencias de oportunidades en los distintos estratos de nuestra sociedad para el acceso a las respuestas a las más fundamentales necesidades del ser humano, como son el derecho a la educación, el derecho a los servicios de salud, a la seguridad de la integridad física de las personas y a pensiones que dignifiquen la vejez y así tantas otras más de muy largo enumerar, los que no tienen otra solución que un gran acuerdo social inspirado en los valores de solidaridad y justicia que consideramos propios de los dictados de una conciencia ilustrada.

CONCLUSIONES

El idealismo quijotesco nos invita a plantearnos la posibilidad de fraguar en nuestra conciencia altos ideales que favorezcan el desarrollo de una sociedad más justa, igualitaria y fraterna, para lo cual debemos forjar nuestro temple, fortalecer nuestra voluntad y que sea ésta la que nos levante luego de cada frustración, de cada batalla perdida y nos aliente a seguir, a insistir. Porque el único enemigo, el único gigante que puede vencer a un hombre de bien es el temor y la falta de convicción y voluntad.

Este lance, esta batalla continua contra aquellos gigantes que moran en nuestro interior y que intentan burlar nuestra conciencia, aparentando ser inofensivos y apacibles molinos de viento, representa el derrotero ineludible de todos los que renunciaron a continuar con una vida común, para iniciar otra conducente a los caminos que hay que recorrer en busca de otro mundo posible de construir, uno donde los ideales de Libertad, Igualdad y Fraternidad rigen la vida de los hombres, donde todos valen lo mismo y nadie es más que alguien. Donde nadie tienen siquiera que llamar a nuestra puerta, porque todas las puertas están abiertas. Un mundo donde la justicia no se impone, se respira, se aprende junto con las primeras palabras. Un mundo donde nadie defiende los derechos humanos, porque nadie los viola. Un mundo donde nadie le quita nada a nadie, porque todo es de todos y nadie tiene más que alguien. Un mundo donde nada de esto se impone por decreto, sino que por amor.

Que, en este camino la vida nunca nos traiga de regreso bajo forma de apostasía. Tengamos presente que, cuando El Quijote regresa de sus aventuras, desiste de todas las historias caballerescas y decide convertirse en pastor, la insania parece abandonarle, pero, así como la locura desaparece, también lo hace la vida y lentamente va enfermando hasta que finalmente nuestro hidalgo caballero muere. Por ende, una duda nace: ¿Era su locura lo que le mantenía con vida?


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