sábado, 25 de marzo de 2017

Chile ayuda a Chile











Creado por:

Enrique Palomera Carrera


Este verano del 2017 será recordado, seguramente, como el escenario de una nueva catástrofe de la que nuestro país tiene el desafío de ponerse de pie. Las llamas, luego de dos meses de dura  batalla fueron sofocadas dejando un triste balance de 11 muertos, 500 mil hectáreas arrasadas por el fuego, 3.000 damnificados, y un nuevo desafío relacionado nuevamente con la reconstrucción de viviendas y porque no decirlo de vidas. Nuevamente los más desposeídos deben rehacerse. 

Y como ha sido la constante en este tipo de tragedias se activaron inmediatamente las campañas y los voluntariados con que normalmente se enfrenta el desafío de solidarizar con aquellos que directamente han sido afectados, que de no contar con esta ayuda difícilmente podrían recuperar aunque sea en parte lo perdido.  Y aparece normalmente también en esos momentos la ayuda de algunos de los empresarios más poderosos con importantes contribuciones incorporándose así a esto que pretende ser la expresión de un país solidario.

Pero sin el ánimo de caer en un excesivo dramatismo o negativismo debemos aceptar que Chile vive otras catástrofes, ya de carácter permanente, otros incendios que no se han apagado ni se está trabajando seriamente por apagar.

Porque no es menos catastrófica la falta de acceso de miles y miles de nuestros compatriotas a una salud y a una educación digna garantizada, y la existencia de miles de ancianos que deben sobrevivir con pensiones miserables se puede considerar también una tragedia de proporciones. Por esa calle aún no pasa el carro de la solidaridad. Ahí siguen esperando.

Esto denota una clara desfiguración del rostro que en realidad debe tener un país solidario
El espíritu solidario del que se vanagloria nuestro país debiera estar reflejado, plasmado en la manera de hacer política, en la manera de convivir cotidianamente. Debiera estar institucionalizado. Porque la solidaridad y la caridad no es la limosna vergonzosa y ostentosa con la que suelen dar sosiego a su conciencia los que paradójicamente carecen de ella. La solidaridad nace del amor y de la exaltación de los valores de libertad, igualdad y fraternidad. Es decir, el verdadero sentimiento humanista de la solidaridad no tiene nada que ver con una relación eternamente vertical en la cual el que está arriba chorrea lo que le sobra al de abajo, sino aquella que  aspira a la equidad,  porque ve al prójimo próximo y desea para él lo mismo que desea para si, y lo más importante, reconoce su dignidad como reconoce la propia.

Visto o entendido de esta forma el concepto de solidaridad, o más bien el concepto de sociedad solidaria, claramente tenemos que coincidir en que ésta sobrepasa y hasta contradice lo que se hace o lo que representan socialmente las campañas que se llevan a cabo en su nombre como reacción a los distintos desastres naturales como terremotos, maremotos, inundaciones que han afligido a nuestro país a lo largo de su historia, y no tan naturales como los últimos incendios que azotaron el sur de Chile. Es más. Si entendemos que esta es la solidaridad que requiere una sociedad como la nuestra que en definitiva lo que hace es lavar cada cierto tiempo las heridas más visibles que  deja una convivencia social tan dispar, no estamos sino reparando a través de esta forma de hacer solidaridad los daños más notorios o vistosos que nosotros mismos hemos provocado. Porque aquellos a los cuales hay que acudir en su ayuda siempre son los mismos. Son parte del  mismo sector social que vive una catástrofe o desgracia permanente. Son aquellos que han esperado pacientemente y por décadas su turno de ser tocados por la mano de ese Chile solidario que se ve en la televisión cuando cada cierto tiempo se activan las alarmas y hay que acudir en ayuda de aquellos que están siendo víctimas de alguna desgracia. Chile ayuda a Chile. Y mientras siguen el evento por televisión sueñan con dar a sus hijos la educación que ellos no pudieron tener por falta de oportunidades, y con envejecer dignamente con una pensión que se los permita y con un sistema de seguridad social que los acoja. 

Vivimos una permanente contradicción entre lo que declaramos sentir respecto del flagelo de la desigualdad e inequidad y nuestra actitud cotidiana. Pareciera ser que en realidad es un problema que a nadie le importa demasiado. Esto se debe en parte al poder de los medios de comunicación que nos muestran un país donde el principal problema pareciera ser la inseguridad ciudadana debido a lo que se muestra como un alto índice de delincuencia. No es de extrañar que nada se hable respecto de los temas que hemos señalado si reparamos en que dichos medios de comunicación están en manos de los grupos económicos más poderosos de nuestro país, que han sido los únicos y grandes beneficiados con este sistema, aspecto que ha sido central en la construcción de lo que podríamos llamar pensamiento único, puesto que el pensamiento neoliberal tiene una presencia prácticamente sin contrapeso en la mayor parte de nuestras universidades, en los encuentros empresariales y en los partidos políticos, y se ha constituido en el pensamiento fundamental de las políticas públicas, donde paradójicamente debieran estar plasmados los principios de solidaridad y equidad con los que se hace gárgaras cuando nos toca enfrentar estas otras catástrofes que cada cierto tiempo a nuestro país le toca enfrentar.
Chile ayuda realmente a Chile cuando establece que todos sus hijos valen por igual, y merecen las mismas oportunidades de desarrollarse y de vivir dignamente. Y a  partir de esta convicción se construye una institucionalidad que sea expresión y soporte de este principio básico.

Chile ayuda a Chile cuando los empresarios no sólo aparecen estirando la mano para ofrecer públicamente su ayuda en las catástrofes más visibles, sino que mantienen una conducta y una actitud solidaria continua y consistente y pasan a ser verdaderos agentes de solución y aporte a los graves problemas de desigualdad que nuestro país adolece. Alguien podrá preguntarse si acaso es responsabilidad de los empresarios el contribuir a la construcción de una sociedad con mayor igualdad o equidad. ¡ Por supuesto que si !. No por ser empresario, sino por ser humano. Es responsabilidad de todos, y aún más de aquellos que han tenido mayores oportunidades de tener una vida más acomodada. Porque tienen, si la han visto, la oportunidad de hacer algo más trascendente que aumentar su riqueza, que por cierto es absolutamente legítimo. Tienen a lo menos la oportunidad de no hacer daño con malas prácticas como coludirse en desmedro de los consumidores, o contaminar de manera indiscriminada el medio ambiente con sus procesos productivos.  Tienen la oportunidad de asegurarse que sus empleados reciban un trato digno y una compensación justa, y me atrevería a decir, amorosa, por el trabajo que realizan, que por lo demás es el que finalmente hace posible el éxito de su negocio. Tienen la oportunidad de muy lejos de buscar evadir el pago de sus impuestos aceptar de buena gana una carga tributaria que realmente permita que otros comiencen a tener oportunidades al menos más cercanas a las que ellos tuvieron. 

Chile ayuda verdaderamente a Chile cuando la clase política, gobierno, partidos políticos, parlamentarios están al servicio del interés nacional y no venden su conciencia a quién esté dispuesto a comprarla con el propósito de ser beneficiados con su gestión política. Chile ayuda a Chile cuando es posible apreciar en sus propuestas de lo que debieran ser las reglas que rigen nuestra convivencia un marcado acento solidario.

Chile ayuda a Chile cuando nosotros los ciudadanos expandimos nuestra conciencia más allá de nuestras personales circunstancias para conectar con la otredad y nos sensibilizamos con sus dolencias y carencias. Cuando es el amor al prójimo y no el mercado el que regula la economía. Cuando nos hacemos cargo de los destinos de nuestro país cumpliendo interesada y activamente con nuestro deber cívico de sufragar cuando somos llamados a hacerlo entendiendo que de esa manera entregamos el poder que emana del pueblo a quienes lo merezcan para que hagan con él lo que el bien común indique.
No existe verdadera solidaridad si no existe conciencia respecto de la otredad y a partir de ésta el sentimiento de amor al prójimo porque en definitiva es el amor el que despierta en el ser humano el deseo, y más aún, la necesidad de que los demás puedan llevar una vida digna y desarrollar una existencia libre de la injusticia de no ser considerado un igual. 

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